LA LEY 1642 Y EL DESAFÍO DE HACER CUMPLIR LAS NORMAS SOBRE EL CONSUMO DE ALCOHOL.
EDITORIAL LUNES:
En Paraguay, la Ley N.º 1642 prohíbe de forma clara la venta de bebidas alcohólicas a menores de 20 años y su consumo en la vía pública. No se trata de una disposición nueva ni desconocida, pero su cumplimiento sigue siendo uno de los mayores desafíos para las autoridades, especialmente en los fines de semana, cuando el consumo desmedido de alcohol se vuelve una constante en calles, plazas y avenidas de todo el país.
La norma, sancionada hace más de dos décadas, fue pensada para proteger a los jóvenes y preservar la convivencia ciudadana. Sin embargo, los hechos demuestran que su aplicación es débil y muchas veces inexistente. Es frecuente ver a adolescentes bebiendo libremente en espacios públicos o a locales que venden sin control, sin siquiera exigir un documento de identidad.
Esta realidad plantea una pregunta necesaria: ¿de qué sirve tener leyes si no se hacen cumplir?
El problema no es solo legal, sino también cultural y social. El consumo de alcohol está profundamente arraigado en las costumbres, y para muchos, representa diversión o libertad. Pero cuando esa “libertad” termina afectando la tranquilidad pública, generando accidentes o enfrentamientos, es cuando se hace evidente la falta de responsabilidad individual y colectiva.
Las instituciones encargadas de hacer cumplir la ley —el Ministerio Público, la Policía Nacional, los municipios y el Ministerio de Salud— tienen en sus manos las herramientas legales para actuar. Sin embargo, la realidad diaria muestra que el control es escaso y que las sanciones rara vez llegan a aplicarse con rigor.
Es hora de entender que la prevención es una política pública, no un mero deseo. Los operativos de control deben ser constantes y las sanciones efectivas. Al mismo tiempo, la educación familiar y escolar tiene que ocupar un rol central, enseñando desde temprano los riesgos del consumo de alcohol y la importancia del respeto a las normas.
La Ley 1642 sigue vigente, pero su espíritu necesita ser reactivado. No basta con tenerla escrita; hay que convertirla en práctica, en conciencia y en compromiso ciudadano. Porque un país que no cuida a sus jóvenes ni protege sus espacios públicos, está condenando su propio futuro a la indiferencia.




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